-Bueno… -dijo ella-… He visto algo parecido a su tatuaje varias veces en mi vida.

 -¿Tatuaje? -dije yo, señalando la marca que tenía en el antebrazo izquierdo. En ese momento, mi rostro cambió y mi mirada se volvió más oscura. El signo en cuestión era un distintivo controvertido, por no decir maldito. Aquel olor suave a albaricoques y frambuesas aligeró la tensión, como en cada encuentro.

-Tatuaje, mmmm -seguí,  intentando decir algo mínimamente coherente. Sí, supongo que tras cada marca corporal  hay una historia.

 -La suya pone 011. ¿Sabe eso qué significa? Que detrás de usted y de mí hay un universo que muchas veces no quiere aparecer. Pero…, aun así, no me causa usted ningún temor. Su secreto podría estar a salvo. ¿Qué le parece?

 -Me parece que estamos tejiendo algo más que una historia. 011 era mi nombre de pila. Así me llamaban ellos. Ni mi madre ni mi padre pudieron salvarme de mi destino; ni siquiera de mi hogar, de modo que de aquellos tiempos solo recuerdo hombres de blanco, paredes y suelos blancos y aullidos de lobos en las noches de luna llena. 

 -¿De verdad fue todo tan blanco como usted dice? -dijo ella con esmerada paciencia.